Es así, inevitable

martes, 1 de septiembre de 2009

Humanimal

Yo no lo quería así, pero le hice caso. Entonces doblamos por el lado que quiso, bajamos sin ningún sentido por un camino en el que nos sumamos como diez cuadras de más, y así llegamos al esperadísimo bosque. El animal humano tenía miedo. Detuvo sus pies y me preguntó si la vida era así de fría, si era cierto que en el momento menos esperado todo puede estropearse. Yo le contesté:
-En sí es algo complejo vivir, a algunos se les hace más difícil, y a otros más fácil; el tema está cuando eso uno no lo puede controlar-.
Sonrió, giró la vista y siguió caminado con su enorme sonrisa.
Dimos unos cuantos pasos y la tarde se nos iba yendo, Encendí un cigarrillo para ver si el tiempo pasaba un poco más rápido (o lento), al animal humano no le gustó el humo y se encaprichó con la idea de que me da placer matarme. Lo peor es que estaba completamente en lo cierto, siempre lo está.
-Bueno, pero ponete a pensar que alguna gente se arranca la vida de cuajo, algunos no soportan su vida y no siguen al instinto de preservarse vivos. Si yo me fumo un cigarrillo mi objetivo central no es matarme, sino calmar la ansiedad-.
Se callo y siguió caminando con aire de enojo. Nunca resultó un gran reto tranquilizarlo, sólo cuando sus convicciones son altas se pone algo dificultoso. En ese momento nos detuvimos en gigantesco ombú de largas raíces en el medio del bosque.
De repente su cara pareció cambiar, se impregnó en su gesticulación una expresión pensativa y hasta dubitativa por momentos, y así se mantuvo por algún tiempo largo mientras se hacía de noche y yo iba mirando el reflejo del cielo en el agua. En realidad cualquier cosa me llamaba, mi mente era como un fuego que se iba apagando a la larga, alimentándose de cada suceso que pasara a mi alrededor, como si se tratara de un nuevo pedazo de leña. El diálogo interno era muy profundo, por momentos movía mis labios sin darme cuenta y me sentía algo tonto después de hacerlo. Al verle su cara al animal humano me dí cuenta de que me estaba mirando hacía un rato ya y algo ofendido. Me disculpé. Casi inmediatamente me pregunto con un cierto aire ingenuo cuál era el sentido de esforzarse por preservar la vida, si nuestro único fin en ella es morir.
Mi frente empezó a sentirse algo un tanto más cálida y después de unos segundos húmeda. No sabía realmente cómo actuar ni qué consecuencias traería mi acción, era una conclusión muy fácil de elaborarse, lo que me costaba era sacarlo de mí, era algo que me hacía sentir realmente preso de mí y del todo, era como si atara mi cuerpo sin dejarme mover libremente y escaparme de mí.
-Tenés razón. Eso no puedo contestártelo-.

domingo, 30 de agosto de 2009

Nada

No soy nadie. Nada en abosluto. Ni si quiera sé si valgo algo en esta bolsa enorme llena de vidas, no sé siquiera si se le puede adjudicar una cierta trascendencia a una vida entre otras millones completamente iguales.
Nada. Eso es lo que soy.
Porque los filósofos me vienen con que el concepto de la nada no se puede concebir, que lo contrario al no ente y qué sé yo qué; pero la verdad es que ni yo, ni vos, ni él, ni nadie en este mundo somos nada en absoluto. ¿Y por qué es eso? Porque al paso de la historia no le importamos, no trascendemos, sólo nos reproducimos, pero cuando todo este sueño termine a nadie le va a importar ese tipito chiquito y modesto llamado Juan Pérez que vivía en la calle Venezuela en un departamento de 3 ambientes y todas las mañanas se iba al estudio jurídico, de la misma manera que nadie en este universo va a importar el día en el que todo muera.
Y lo peor es que cada vez falta menos, y a nadie pareciera importarle.

viernes, 24 de julio de 2009

sin título

Al parecer estás siendo y así lo sos. Y al mismo y abrupto tiempo escupís con fervor tu discurso de desayuno, esperando los aplausos de todos los imbéciles.
Siempre igual. Cuando te tiran de él te duele, cuando te besan los pies crece, cuando te lo pisan sos tan insignificante como un insecto. Te sostenés en tan poco. Sonrreís utilizando un barato ademán de circo, queriendo ser original sos nada.
Sos hombre, que quede en claro. Sos hombre, ¿Sos algo? Sí, lo sos. Sos un hombre. "Soy un hombre, enserio, lo soy". Te sostenés en tan poco.
Y cuando desnudo hasta el sumo de tu insensatez, hirviendo como nube de verano te soltás a la suerte y te estrellás con sus rostros, sos por fín el llanto tan oculto de los fuertes, esos que siempre son ese tan nefasto teatro-jardín materno de la debildiad para todos los escuchas.
Y sos. Y tanto que lo sos que me veo obligado a tenerte en mí, dentro de mi piel, royendo mis cualidades de soñador, junto con mis sueños y mis ambiciones.
Lo sé. Y no es nada fácil.

¿Querés que te cuente una pequeña historia?

A éste petiso bohemio siempre se le daba por tomar una guitarra y desafinar unos tangos viejos a la luz de un farol en las esquinas porteñas, mientras un público compuesto por marineros y prostitutas sin rostro lo reodeaban entre las sombras, aplaudiendo desde sus vacíos corazones y expresando entre sus pares frases del tipo aduladoras.
Qué bien que tocaba ese petiso bohemio. Lo sé porque una vez le pedí que intentase deprimirme (a mí, que soy el hombre más feliz del mundo) y solo le bastó con hacer presente su magia, haciéndome derretir el alma a través de mis vidriosos y cálidos ojos de marfil.
Qué cosa más edificante ese tipo, qué magia lo rodeaba. Nunca me voy a olvidar de la noche en la que caminamos por horas hablando de anécdotas asesinas de mentes en las que conmemorábammos a nuestros más odiados miedos y los invitábamos a que se sienten a escuchar algunos viejos tangos de la mano de aquel petiso inmortal que ni guitarra tenía.
Ahora sólo estoy esperando el momento en el que ese tan nombrado petiso aparezca por mi vida, para poder decirle todo lo que me hizo aprender. Si alguna vez lloré, fue después de escucharlo a él, en medio de toda su melancolía tanguera.
Amé a ese hombre. Sí. Lo amé. ¿Nunca amaron a un hombre? Yo sí. Pero no sólo lo amé a él, más que nada amé su tan desgarrado y oxidado peluche de la infancia, al que todos llamamos niño interior.
Gotas, tras gotas, tras gotas de mi corazón caen al piso cuando recuerdo aquel tango tan hermoso que cantábamos. Ese tango era el peso del mundo sobre nuestras vidas, era el pie de dios encima de nuestras ciegas cabezas.
Al principio bacilé, pero con el tiempo descubí cuanto podía amarlo.
Murió, como todos los heroes y poetas incomprendidos, un día simplemente murió y desapareció de nuestras incomprendidas vidas.
Cómo tocaba ese petiso. Ojalá algún día resusite, en medio de un público de Chusma y malas noches, a la luz de un farol nocturno en una esquina porteña.

Incontrolableufórico

Quisiera algun día que me fumen del todo, así me apagan de una buena vez estas incontrolables ganas de surgir en la sonrrisa de cada esperanzado, de mezclarme en medio de la eyaculación ideológica de cada núcleo popular, de ser y de estar.
Tantas ganas de algo tan intangible (e irreal), tanto que probar y tanta desazón, tanto negocio fácil: vida por amargo; y yo tan inmóvil.
Quizás deba infiltrarme en cada hueco para saber si hospeda timbre que me salve o cachetada que me calle.
Quién sabe.

lunes, 11 de mayo de 2009

Somos

Me podría dejar caer, frente a todos estos testigos. Me dejaría hacerlo, y si bien la mano me espera debajo, yo bien sé que sus dedos me van a revestir los ojos, y por más que no vea nada eso no significa que ése simple hecho no satisfaga mi deseo actual.
Del otro lado tus ojos. Una gárgara de tierra, un discurso plagado de cayos en la eterna tráquea de las tímidas voces adolescentes y el estrépito, inevitable (tus cuerdas se quiebran, y puede que bien lo sepa, pero no haré nada en ese momento pues la ceguera penetrará mi ser).
El estrépito es sufragio en lo más recóndito de mis pensares. Y yo soy el héroe, y por algo héroe, y por algo soy.
De lo más indeseable y chabacano de sus caras sólo recuerdo tu voz. Pero yo soy el héroe, el héroe en contra de las sombras.
Todo lo negro sucumbe inicuamente a su autodestrucción y ahí es cuando te veo, y ya no sos estrépito, ya no sos pecado.
Sos yo.

La escalera

Esa mañana desperté después de tener el más raro sueño de toda mi vida. Las imágenes pasaban a través de mis ojos como residuos de una muy mala experiencia vivida. Lo más lamentable era que a pesar de que yo veía claramente las imágenes de ese sueño no podía realmente dimensionarlas mentalmente y a la vez no podía guardarlas como recuerdos, entonces no podía dar orden a ellas.
“¿Dónde estoy?”, me dije asustado mientras iba dibujando como al mas preciso de los cuadros aquel cuarto en el que me Hallaba. Su arquitectura tenía un toque moderadamente surrealista, parecía que las paredes se fueran en una curva hacia adentro a medida que ascendían hacia el techo.
“Esto no esta bien”, repetía mientras me levantaba de aquel rincón húmedo y lleno de diarios y manchas de óxido en el que me hallaba acostado.
Pude ver que estaba completamente desnudo, pero no me preocupaba ni un poco. Es más, me gustaba esa sensación. Disfrutaba de mi desnudez y de mi libertad, pero a la vez tenía las ideas dando vueltas en mi cabeza de tal modo que me quemaban cada rincón de ella.
Al final me di cuenta de que era mi viejo sótano y que la curvatura de las paredes solo era una ilusión provocada por mi perspectiva. Vi la escalera y rápidamente me dirigí hacia lo que vendría ser la puerta de salida, pero en lugar de ella solo había más escaleras y más oscuridad, algo raro, pues yo conocía bien mi sótano.
A medida que yo subía la escalera se iba haciendo más y más larga, y el dar vueltas constantemente me producía mareos y confusión. Mi saliva se iba volviendo espesa y me transpiraban todos los poros, estaba deseando cada vez más terminar esa escalera.
A partir de cierto punto la oscuridad fue tomando cada vez mas parte en la escena. No estaba envuelto en ella pero mi visión disminuía, y a la vez iba aumentando mi deseo de llegar hacia el final de la escalera. Esa oscuridad tenía un tono verdoso que no me agradaba nada, ya que ese color me producía fobia por así decirlo. Como si el color fuese parte del ambiente de aquel horrible sueño que había acabado de tener.
Mi mente estaba siendo invadida por una especie de miedo infantil, mi cuerpo entero temblaba del frío y a la vez me empezaban a doler mis desnudos pies. Seguía sin entender realmente por que era tan larga esa maldita escalera. Y lo que más confundido me tenía era la oscuridad que crecía cada vez más.
De repente me sentí muy cansado y decidí parar. Me senté en un escalón con la visión completamente negra, sin saber cuando comenzaban las cosas ni cuando terminaban. Mis ojos se sentían del peor modo. Me pesaban. No sabía si se hallaban abiertos o cerrados, ya que todo era color negro. Además no parpadeaba, era como si en realidad estuviesen cerrados. Hice un esfuerzo y los abrí.
“No puede ser”, de repente me vi de nuevo en el cuadro en el que todo había comenzado. “¡No puede ser!”, me decía mientras gesticulaba violentas expresiones corporales de enojo.
Decidido, salí corriendo por la escalera, y esta vez no me importó ni un poco la oscuridad ni las sensaciones. De hecho, me estaba sintiendo de la peor forma, pero de algún modo estaba solidificando mi dolor y transformándolo en un peso específico ubicado en mi estómago.
Cuando ya llegué al punto de la máxima oscuridad no llegue a darme cuenta de las dimensiones del cuarto y me estrellé con una pared, acto seguido, caí por las escaleras y volví hacia donde había empezado.
El pánico me invadía, no entendía absolutamente nada. Entre sollozos y lágrimas de impotencia di un grito hacia el vacío, como si eso fuese a solucionar algo.
Después de estar llorando durante un largo tiempo en una esquina húmeda del sótano me decidí por pararme y organizar mis pensamientos. Hice memoria en intenté reconstruir mi tan odiado sueño. Solo podía ver imágenes vagas, nada realmente concreto, pero lo que más permaneció en mi memoria fue la imagen de un espejo conmigo dentro en medio de una habitación y la mano de otra persona (que al parecer me estaba hablando) sobre mi hombro. Al segundo las imágenes desaparecían y el espejo estaba vacío. ¿¡Cómo voy a saber si quiera por casualidad qué diablos significa eso!? ¡Dios!.
Me volví a sentar en la misma esquina húmeda y empecé a pensar a cerca de esa extraña escena, después de todo alguna explicación tendría que haber. Pero por más que me esforzaba, no podía realmente encontrarle una razón, era como si ese pensamiento invadiese mi mente. De hecho, lo estaba haciendo, estaba penetrando directamente en mi conciencia y estaba eliminando cualquier rastro de alguna otra idea.
Y así fue como me di cuenta de que me estaba olvidando de todos mis recuerdos, menos el del espejo. Por ahí suena imposible al oírlo descrito de una forma tan simple, pero realmente estaba ocurriendo. Mis ideas se estaban desvaneciendo. ¿Era esto posible?, ¿Realmente estaban desapareciendo así como así todos mis recuerdos? Pues no lo sabía.
A partir de un momento ya no sabía que era sueño y que era realidad. Me concentré en la imagen del espejo, pues no me quedaba otra cosa que hacer. Abrí mi imaginación y me situé mentalmente en la escena. Sacando una conclusión tras otra me di cuenta de que la única manera posible en la que un espejo no refleje ninguna forma de vida era si no había una enfrente del mismo. ¿Cómo era posible que recuerde un momento en el que podía ver el espejo vacío si yo estaba físicamente ahí?, técnicamente era imposible. Y digo técnicamente, ya que eso en un sueño es completamente posible, pero en la vida real no lo era, y ya estaba empezando a dudar de mí mismo. No sabía si ese recuerdo era una realidad o un sueño.
Y la otra cosa que me preocupaba era cómo explicar lo previo. Esa imagen propia frente al espejo con un interlocutor desconocido el cual tocaba con calidez mi hombro. Vaya yo a saber si amistosamente o modo de ironía. No tenía idea, pues no me acordaba de nada en absoluto, mi psique era ese espejo vacío, era como si lo que hubiera ocurrido fuese una seguidilla de actos
Sin saber exactamente cómo ni cuando, me empezó a doler el estómago. El dolor era tan fuerte que me hacía olvidarme de todo lo que pasaba a mi alrededor o dentro de mi mente. Era como si las sensaciones que ocurrían en mi cuerpo en el momento de subir la escalera volviesen hacia mí por alguna extraña razón. En el momento en el que más me molestaba me di cuenta de que solo me dolía por que yo sobredimensionaba la existencia de ese dolor. Dejé de pensar en ello y sorprendentemente el dolor desapareció.
Cuando quise saberlo, estaba en ese cuarto, frente al espejo, sentado en una silla con la boca tapada por una cinta, atado de manos a pies y mirándome a través del espejo casi con pena. Intenté dar una vuelta y pude ver que el cuarto era el mismo, lo único nuevo eran la silla, el espejo y mi temporal (o quizás permanente) prisión de sogas. Este estado nuevo era insoportable. Las sogas apretaban con un ímpetu voraz mi cuerpo y venas y me dejaban cada vez más falto de aire y concentración.
Me di cuenta entonces de que yo estaba controlando todo lo que me ocurría en el exterior y en mi interior mismo desde la mente. Esta nueva habilidad era algo fuera de lo común. Decidí probarla con mi propio cuerpo. Pensando saqué la conclusión de que si estaba controlando mentalmente todo, podía hacer aparecer o desaparecer cualquier tipo de sensación. Pensé en la tranquilidad en la que actualmente me encontraba y decidí atormentar mi mente –maldita decisión-. Pues bien, si lo que entendemos por atormento es un terrible dilema mental de sufrimiento e incomprensión, eso era lo que realmente me estaba pasando. Intenté dejar de lado el sufrimiento, y al terminar de pensar en ello me sentí vacío, como sí faltase parte de mí.
Algo muy cercano al miedo empezó a crecer en mí. Había perdido masa corporal, no lo entendía. De hecho, estaba de nuevo en la oscuridad de la escalera, sentado en el mismo frío escalón, y desnudo hasta el alma.
Decidí terminar con todo el dolor, me paré sobre mis piernas, di media vuelta y abrí la puerta del sótano para luego salir de ahí.

Atemorizante

Puede que el cuarto estuviera lleno de afiches, dibujos, mensajes escritos, libros, cajas, revistas y demás, pero ése era un cuarto bien sombrío y obtuso, y de más está decir que vacío. Benjamín sabía bien esto, porque ese cuarto era el reflejo de su alma volcado en los muros, era su máxima y ridícula expresión, transformándose en insulto para su desgracia. Ya estaba harto de estar tan rodeado de sí, no se gustaba más y quería estar lejos de su persona, pero eso era lo que nadie entendía.
El aburrimiento ya lo estaba carcomiendo del todo, así que decidió explorarse una vez más para saber qué era eso que le molestaba tanto de su cuarto. Empezó por ver los viejos recuerdos impresos, un afiche de Hendrix del cual sobresalían dibujos y escritos, y el más importante de todos ellos: el dibujo de una mano con un corazón latiente y chorreante en la palma. Este dibujo era uno de los favoritos de Benjamín, no sólo porque lo había hecho su mejor amigo, sino también porque lo hacía sentir mejor siempre y era su tótem contra las cosas que le hacían mal. Siguió observando. El afiche con la imagen de su película favorita; el escrito de su anterior novia, “Atemorizante” (nunca pudo entender realmente qué quiso decir la chica con eso, pero el simple hecho de pasar la vista por cada una de las letras de ese mensaje siempre le ponía los pelos de punta); al lado del marco de la ventan siempre hubo… Un momento. Eso no estaba antes.
Un escalofrío empezó a recorrer la nuca de Benjamín al ver (como si el destino se lo escupiese para el desayuno) que una enorme polilla de doradas y desordenadas alas se posaba sobre el vidrio de su ventana. No era que le diera miedo la polilla en sí, lo que ocurría era que el simple hecho de que algo cambiase en ese habitáculo le produjo un cierto estremecimiento temporal, como cuando ocurre un accidente muy cerca de donde se encuentra uno. Continuó inmóvil un tiempo hasta que fue levantándose y dirigiéndose lentamente hacia el insecto que lo miraba desde su enteramente burlona expresión de provocación. Benjamín se acercó y ya estaba cara a cara con el animal, logrado este paso comenzó a soplarle el lomo para que esta volase y se fuese de su ventana. El animal no parecía responder mucho a estímulos producidos por el soplido de Benjamín, apenas si batía un poco las alas y retrocedía unos milímetros a pie, pero no parecía quererse mover de ahí. Ante este comportamiento Benjamín se alejó un tanto asustado del bicho, sin quitarle la vista de encima.
Le empezó a agitar las manos cerca de ella para ver si se asustaba y se iba, pero aún así no pasaba nada. Algo raro tenía ese insecto, como si quisiese provocar al joven de alguna extraña forma. Benjamín se alejó un poco más, volviendo a su cama, y permaneciendo quieto en su constante observación del animal. Por más que esperaba, no pasaba nada, la polilla no quería moverse de su ventana, y esto lo volvía loco. Después de unos cuantos sigilosos minutos, prosiguió por tirarle un zapato al bicho, lo cual hizo que el mismo se moviese hacia un costado, evitando el golpe y siguiendo firme en su posición. Benjamín empezaba a ser invadido por una cierta ira que le recorría toda la traquea.
-¿Qué querés, no ves que quiero estar solo?-.
El bicho parecía no ser afectado por sus palabras.
-Si querés decirme algo, sólo hacelo porque no pienso esperar a que te tomes tu tiempo-.
El bicho después de unos segundos de quietud y silencio se dirigió volando hacia la pared, apoyándose en el tan amado afiche de Hendrix.
-Veo que tenés un buen gusto por la música, pero salí de ese póster porque me lo regaló un amigo.
El bicho fue inmediatamente hacia el dibujo de la mano y el corazón. El estómago de benjamín empezó a revolverse en burbujas de cólera.
-¿Qué querés ahí?- decía en un tono más violento - ¡Estás empezando a sacarme de las casillas!-.
El bicho no quería moverse de su nuevo lugar. Se pavoneaba por los alrededores del dibujo haciendo gestos de autosatisfacción un tanto excéntricos, raros y provocativos ante Benjamín por su naturaleza de insecto.
-¡Te estás burlando de mí! – Su frente comenzaba a transpirar- ¿¡Qué querés, no ves que estás irrumpiendo mi paz, mi único rato de soledad!?-.
El cuarto permaneció en silencio por unos segundos más hasta que Benjamín lanzó un grito de desesperación al vacío, grito que nadie más que él y la polilla escucharían dentro de la casa, pues sus padres estaban de paseo.
Al ver que el insecto no se movía de su lugar siguió gritando y empezó a patear un par de cajas. Frenó. El insecto se veía más grande. Era raro.
Durante varios minutos se quedó atónito viendo al bicho y a su nuevo tamaño.
-Se ve que me entendés, porque sino no me estarías diciendo todas esas cosas tan obvias-.
El bicho no parecía querer responder a esa oración.
-¡Vamos! ¿¡Qué harías si lo diese todo por este nuevo sentimiento, qué darías por verme salirme de mí mismo!?-.
El bicho empezó a agitar sus alas como si algo estuviese por ocurrir dentro de sí. Inmediatamente la cara de Benjamín cambió a odio y prosiguió con la destrucción de su cuarto, rompiendo cajas, descociendo sábanas, arrancando afiches, tirando su silla por la ventana y cortándose con los vidrios. Se estaba transformando en un animal, y a todo esto la polilla lo observaba e iba creciendo cada vez más. Esto era insultante, pues hacía que la ira de Benjamín aumentase, logrando que destruyera más y más el cuarto.
Los golpes se escuchaban desde abajo, esa casa era un gigantesco manicomio, sobre todo cuando Benjamín salió del cuarto. Durante unas horas reinó la anarquía en la casa. Benjamín empezó a romper todo lo que encontraba, despedazaba muebles de precios exorbitantes, destruía con violencia marcos con fotos, pintaba leyendas en idiomas incomprensibles en las paredes y los espejos, todo esto siendo guiado por el fantasma de la enorme y nefasta polilla. El momento de mayor clima de fuego fue cuando encontró un viejo rifle de caza.
Los vecinos se levantaban al oír los disparos, los gritos, era como si hubiese un motín de prisión dentro de esa tan sobria residencia vecina. De tanto en tanto se asomaba la silueta del joven por el vidrio amarillento de la puerta, los vecinos lo veían desde afuera comentándose entre chismes historias de los interiores de esa casa, de esa familia y de ese chico.
Las frases que gritaba el joven eran incomprensibles, como si fuesen en otro idioma. Estaba sufriendo una especie de contagio, sus ojos salían desorbitados, de su boca caía espuma al gritar, estaba completamente desorientado.
En un momento dado se detuvo porque se le habían acabado las balas al arma de fuego. Se dirigió hacia la polilla y la miró como si ella tuviera que darle alguna explicación al respecto. Pero no parecía querer responder. Estaba enorme, casi tan grande como la cara de Benjamín. Aún así no parecía tenerle miedo alguno, y por eso la enfrentaba de tal forma.
-Seguro que no pensabas que iba a hacer todo esto, seguro que ni te imaginabas que te iba a hacer caso- Las palabras salían tan claras y perceptibles de la calma y tibia voz del muchacho que hasta los vecinos podían descifrar lo que decía – pero como verás, estoy haciéndote caso, y no hay otro responsable más que vos al respecto, y eso te deja en un muy mal lugar, queridita-.
El insecto seguía creciendo ante las palabras de Benjamín. Su aspecto era cada vez más desagradable. Sus alas eran ahora un magno par de abanicos entrecortados de color pardo con pelos sobresalientes, su pecho era una enorme pelambre circular de color dorado, de su ridículamente amplio y desagradable abdomen salía un líquido plateado que deshacía los muros, sus ojos estaban cada vez más provocativos y llenos de animalidad. Era un demonio, y Benjamín empezó a sentir ganas de que se vaya de su territorio. Tenía que eliminarlo.
Empezó disimulando, caminando entre los escombros sin rumbo alguno. La enorme polilla lo seguía. En un momento dado se sentó en una silla (o en lo que quedaba de ella) y encendió un pedazo de papel para ver caer las cenizas. Jugaba como si fuese un chico. Cuando miró a su alrededor no vio a la polilla por ningún lado, y esto empezó a hacerlo desesperarse.
Prosiguió recorriendo los pasillos de la casa uno por uno, buscando al enorme y poco disimulable bicho, pero no hacía aparición. Las paredes estaban impresas con el tiente plateado que iba dejando el insecto, dándole a Benjamín una especie de mapa. Al terminar de seguir el rastro se vio a sí mismo entrando de nuevo en su cuarto, por donde había comenzado todo.
Casi estalla en odio cuando vio que la grotesca polilla estaba de nuevo posada sobre su dibujo más amado, pero siguió calmo por fuera (o al menos eso parecía). Al haber incorporado esa magnitud el insecto, estaba manchando constantemente el bosquejo de un tinte plateado brillante que hacía que saliese humo del muro. Era como si estuviese provocando a Benjamín a que reaccionase ante ese gesto. Los bien calculados y rápidos pensamientos de Benjamín no tardaron en llegar a una conclusión, y en cuestión de segundos ya había dejado de pensar para de una vez actuar. A medida que se acercaba al insecto, éste iba segregando una sustancia burbujeante por la boca mientras batía sus alas y sacaba los ojos de sus órbitas, esperando amenazante a la llegada de su adversario. Era cuestión de fracciones de segundos.
Los momentos de colisión archivados históricamente han significado siempre memorables choques de grandes mazas, en duraderos períodos y dentro de un clima constante de guerra, como en cualquier marcha militar de Wagner. Este significó un golpe sonoro acompañado casi obligatoriamente por el reino de un silencio que no quiso irse de ese hogar a partir de ese momento, logrando la calma de los vecinos y hasta la vuelta de algunos de ellos a sus casas.
Al llegar en su auto, los padres de Benjamín fueron recibidos por la enorme batahola de vecinos que entre torpes gritos enunciados simultáneamente intentaban explicar lo sucedido, atormentando a los incomprendidos recién llegados. Entraron por la puerta principal, el padre al ver el escándalo de su casa se empezó a sentir descompuesto y gritó casi fuera de sí hacia los vecinos
-Aléjense de mi propiedad-.
Estaba todo revuelto, los adultos revisaban la casa e iban calculando la cantidad de violaciones que había sufrido. Por más que rebotase en las paredes el eco del nombre de Benjamín, éste parecía no dar señales de vida. Esto preocupaba a los ya desesperados padres, el miedo rodeaba sus conciencias y las más ridículas e inesperadas teorías salían a flote en ese momento de total desesperación. Además, las escrituras en las paredes con mensajes alarmantes, tales como “Puedo volar”, “Quién es el salvaje ahora” y otros incomprensibles; contribuían a que pierdan la calma y empezasen a gritar sin controlar lo dicho (la madre lloraba).
La adrenalina de la búsqueda los llevó inevitablemente hacia el cuarto de Benjamín, donde al abrir la puerta, inmersos en su desgracia, descubrieron lo peor.
Quizá lo desagradable de la escena, los muebles rotos, la sangre, los pedazos de tela, contribuyeron al colapso de los padres, pero la verdad es que lo que más impresión les produjo fue el cuerpo de gigantescas proporciones casi humanas con un escrito en su pecho en plateado que decía “Ahora sé qué quería decir con atemorizante”.

Noctámbulo

Las sombras siempre fueron mis más grandes y fieles compañeras en mis largas y frías caminatas nocturnas. Realmente las dimensiono como si fuesen los únicos objetos en movimiento que no escapan de mí. ¿Y quién soy realmente yo? Detrás de mis gafas oscuras importadas tengo ojos, con los que generalmente observo y guardo los sucesos que ocurren en mi vida. Debajo de mi campera de cuero fino tengo un pecho por el que pasan todos mis dolores, todos mis amores y todos mis sentimientos sin nombre. Dentro de mis zapatos italianos de diseñador tengo pies que me llevan a todos lados y que soportan todas las cargas emotivas que llevo como una mochila en mi espalda. Dentro de todas estas cosas soy una persona, y como tal soy víctima de todas las cosas que normalmente le ocurre a la gente. Soy una víctima. ¿Soy una víctima?
Mientras mis pies siguen el ritmo de la noche voy encendiendo un cigarrillo, intentando aclarar mi mente y pensar un poco. Hace varios meses que me pasa esto: Durante las noches no logro encontrar el sueño y termino por salir a la calle a caminar. Al principio, como la mayoría de la gente, tenía miedo. Pero con el tiempo fui aprendiendo que a lo que realmente le tiene miedo la gente durante la noche es a sí mismos. Desde que hago estas caminatas todas las noches me estoy redescubriendo y ahora sé cosas de mí que antes ni imaginaba. Lo malo es que no duermo realmente en ningún horario, y eso me coloca en un constante estado de suspensión psíquica, en la que realmente no estoy dormido ni tampoco despierto. Es como si no distinguiese el sueño de la realidad y al final terminase por no acordarme de nada. Siempre que conozco gente termino por dudar en buscarlas, ya que no sé si realmente he conocido a la persona o si se trata de un sueño.

Es horrible mi vida. Siempre que pienso en ella me recorre un sentimiento de asco por las entrañas que me deja sin más ganas de nada. Es que en realidad nunca tengo tiempo para pensar. Nunca tengo tiempo para mí. Estos últimos tiempos de caminatas nocturnas fueron lo más parecido al pensamiento personal que viví. La realidad es que a mí mismo me considero un ser completamente perseguido. No le gusto a la gente y la gente no me gusta a mí tampoco. Todos esos que viven sus falsas vidas yendo de aquí para allá, cuestionando lo que los demás hacen, pretendiendo modelos que deben de ser seguidos sí o sí por todos ya que si uno no los sigue no es parte de la sociedad. Me da asco la gente. La poca gente que me cae bien termina desapareciendo de mi vida en menos tiempo del que cualquiera podría pensar. Nunca recuerdo sus nombres, a veces por ahí pienso en sus caras durante mis caminatas nocturnas o las veo en mis sombras, pero eso no me gusta contárselo a nadie.

Creo que esta cuestión del odio por la gente la tengo desde que entré en la sociedad. Siempre me dijeron que era muy inteligente de chico. Y eso me hizo aislarme de los demás niños sin entender por qué. Ahora que crecí me doy cuenta de que me dan asco por sus costumbres y modelos inservibles. Siempre fui muy observador y recordador de los detalles más mínimos en la gente, hasta el momento en el que dejé de dormir. El observar a la gente me hizo perder las esperanzas y empezar a considerar que ya nadie es válido ni puramente bueno en este mundo. Ni si quiera yo.

Me estoy aburriendo ya de esta sesión en particular. Sé que no va a haber ninguna emoción desesperante hasta el momento en el que vea que el sol esté saliendo. Por ahora me estoy dando cuenta de que no hay mucha gente en la calle. Los colores están muy mal definidos, pareciera que ha disminuido la calidad cromática de las cosas. Deben ser mis lentes. Este ambiente de ensueño me confunde, eso me harta ya. Ya no distingo bien las cosas, ni entiendo la mitad de ellas, ni sé por qué ocurren. Y si hay algo que no hago es recordar las cosas. Mis recuerdos son vagos, me llegan algunos fragmentos en entregas muy poco frecuentes. Recuerdo haber visto rostros, oído comentarios, sentido pieles y haber guardado espacios en mi consideración para cierta gente. Todo eso por separado. Es horrible.

Dormiría si pudiese. Pero la verdad es que no encuentro la forma correcta de entrar en el mundo de los sueños. A veces siento que si durmiese me quedaría una vida entera haciéndolo. Hace tanto que no duermo que no recuerdo como era.

¡Mierda! Se está haciendo de día y tengo que llegar a casa cuanto antes. No me acuerdo por dónde había tomado camino, me parece que estoy perdido. No puede ser, no me acuerdo dónde empecé la caminata. Si al menos pudiese recapacitar, pero no, no puedo hacer dos cosas a la vez. Tengo que llegar, no me tiene que matar el tiempo, tengo que llegar antes de que…

Demasiado tarde. Desperté.