Es así, inevitable

lunes, 11 de mayo de 2009

La escalera

Esa mañana desperté después de tener el más raro sueño de toda mi vida. Las imágenes pasaban a través de mis ojos como residuos de una muy mala experiencia vivida. Lo más lamentable era que a pesar de que yo veía claramente las imágenes de ese sueño no podía realmente dimensionarlas mentalmente y a la vez no podía guardarlas como recuerdos, entonces no podía dar orden a ellas.
“¿Dónde estoy?”, me dije asustado mientras iba dibujando como al mas preciso de los cuadros aquel cuarto en el que me Hallaba. Su arquitectura tenía un toque moderadamente surrealista, parecía que las paredes se fueran en una curva hacia adentro a medida que ascendían hacia el techo.
“Esto no esta bien”, repetía mientras me levantaba de aquel rincón húmedo y lleno de diarios y manchas de óxido en el que me hallaba acostado.
Pude ver que estaba completamente desnudo, pero no me preocupaba ni un poco. Es más, me gustaba esa sensación. Disfrutaba de mi desnudez y de mi libertad, pero a la vez tenía las ideas dando vueltas en mi cabeza de tal modo que me quemaban cada rincón de ella.
Al final me di cuenta de que era mi viejo sótano y que la curvatura de las paredes solo era una ilusión provocada por mi perspectiva. Vi la escalera y rápidamente me dirigí hacia lo que vendría ser la puerta de salida, pero en lugar de ella solo había más escaleras y más oscuridad, algo raro, pues yo conocía bien mi sótano.
A medida que yo subía la escalera se iba haciendo más y más larga, y el dar vueltas constantemente me producía mareos y confusión. Mi saliva se iba volviendo espesa y me transpiraban todos los poros, estaba deseando cada vez más terminar esa escalera.
A partir de cierto punto la oscuridad fue tomando cada vez mas parte en la escena. No estaba envuelto en ella pero mi visión disminuía, y a la vez iba aumentando mi deseo de llegar hacia el final de la escalera. Esa oscuridad tenía un tono verdoso que no me agradaba nada, ya que ese color me producía fobia por así decirlo. Como si el color fuese parte del ambiente de aquel horrible sueño que había acabado de tener.
Mi mente estaba siendo invadida por una especie de miedo infantil, mi cuerpo entero temblaba del frío y a la vez me empezaban a doler mis desnudos pies. Seguía sin entender realmente por que era tan larga esa maldita escalera. Y lo que más confundido me tenía era la oscuridad que crecía cada vez más.
De repente me sentí muy cansado y decidí parar. Me senté en un escalón con la visión completamente negra, sin saber cuando comenzaban las cosas ni cuando terminaban. Mis ojos se sentían del peor modo. Me pesaban. No sabía si se hallaban abiertos o cerrados, ya que todo era color negro. Además no parpadeaba, era como si en realidad estuviesen cerrados. Hice un esfuerzo y los abrí.
“No puede ser”, de repente me vi de nuevo en el cuadro en el que todo había comenzado. “¡No puede ser!”, me decía mientras gesticulaba violentas expresiones corporales de enojo.
Decidido, salí corriendo por la escalera, y esta vez no me importó ni un poco la oscuridad ni las sensaciones. De hecho, me estaba sintiendo de la peor forma, pero de algún modo estaba solidificando mi dolor y transformándolo en un peso específico ubicado en mi estómago.
Cuando ya llegué al punto de la máxima oscuridad no llegue a darme cuenta de las dimensiones del cuarto y me estrellé con una pared, acto seguido, caí por las escaleras y volví hacia donde había empezado.
El pánico me invadía, no entendía absolutamente nada. Entre sollozos y lágrimas de impotencia di un grito hacia el vacío, como si eso fuese a solucionar algo.
Después de estar llorando durante un largo tiempo en una esquina húmeda del sótano me decidí por pararme y organizar mis pensamientos. Hice memoria en intenté reconstruir mi tan odiado sueño. Solo podía ver imágenes vagas, nada realmente concreto, pero lo que más permaneció en mi memoria fue la imagen de un espejo conmigo dentro en medio de una habitación y la mano de otra persona (que al parecer me estaba hablando) sobre mi hombro. Al segundo las imágenes desaparecían y el espejo estaba vacío. ¿¡Cómo voy a saber si quiera por casualidad qué diablos significa eso!? ¡Dios!.
Me volví a sentar en la misma esquina húmeda y empecé a pensar a cerca de esa extraña escena, después de todo alguna explicación tendría que haber. Pero por más que me esforzaba, no podía realmente encontrarle una razón, era como si ese pensamiento invadiese mi mente. De hecho, lo estaba haciendo, estaba penetrando directamente en mi conciencia y estaba eliminando cualquier rastro de alguna otra idea.
Y así fue como me di cuenta de que me estaba olvidando de todos mis recuerdos, menos el del espejo. Por ahí suena imposible al oírlo descrito de una forma tan simple, pero realmente estaba ocurriendo. Mis ideas se estaban desvaneciendo. ¿Era esto posible?, ¿Realmente estaban desapareciendo así como así todos mis recuerdos? Pues no lo sabía.
A partir de un momento ya no sabía que era sueño y que era realidad. Me concentré en la imagen del espejo, pues no me quedaba otra cosa que hacer. Abrí mi imaginación y me situé mentalmente en la escena. Sacando una conclusión tras otra me di cuenta de que la única manera posible en la que un espejo no refleje ninguna forma de vida era si no había una enfrente del mismo. ¿Cómo era posible que recuerde un momento en el que podía ver el espejo vacío si yo estaba físicamente ahí?, técnicamente era imposible. Y digo técnicamente, ya que eso en un sueño es completamente posible, pero en la vida real no lo era, y ya estaba empezando a dudar de mí mismo. No sabía si ese recuerdo era una realidad o un sueño.
Y la otra cosa que me preocupaba era cómo explicar lo previo. Esa imagen propia frente al espejo con un interlocutor desconocido el cual tocaba con calidez mi hombro. Vaya yo a saber si amistosamente o modo de ironía. No tenía idea, pues no me acordaba de nada en absoluto, mi psique era ese espejo vacío, era como si lo que hubiera ocurrido fuese una seguidilla de actos
Sin saber exactamente cómo ni cuando, me empezó a doler el estómago. El dolor era tan fuerte que me hacía olvidarme de todo lo que pasaba a mi alrededor o dentro de mi mente. Era como si las sensaciones que ocurrían en mi cuerpo en el momento de subir la escalera volviesen hacia mí por alguna extraña razón. En el momento en el que más me molestaba me di cuenta de que solo me dolía por que yo sobredimensionaba la existencia de ese dolor. Dejé de pensar en ello y sorprendentemente el dolor desapareció.
Cuando quise saberlo, estaba en ese cuarto, frente al espejo, sentado en una silla con la boca tapada por una cinta, atado de manos a pies y mirándome a través del espejo casi con pena. Intenté dar una vuelta y pude ver que el cuarto era el mismo, lo único nuevo eran la silla, el espejo y mi temporal (o quizás permanente) prisión de sogas. Este estado nuevo era insoportable. Las sogas apretaban con un ímpetu voraz mi cuerpo y venas y me dejaban cada vez más falto de aire y concentración.
Me di cuenta entonces de que yo estaba controlando todo lo que me ocurría en el exterior y en mi interior mismo desde la mente. Esta nueva habilidad era algo fuera de lo común. Decidí probarla con mi propio cuerpo. Pensando saqué la conclusión de que si estaba controlando mentalmente todo, podía hacer aparecer o desaparecer cualquier tipo de sensación. Pensé en la tranquilidad en la que actualmente me encontraba y decidí atormentar mi mente –maldita decisión-. Pues bien, si lo que entendemos por atormento es un terrible dilema mental de sufrimiento e incomprensión, eso era lo que realmente me estaba pasando. Intenté dejar de lado el sufrimiento, y al terminar de pensar en ello me sentí vacío, como sí faltase parte de mí.
Algo muy cercano al miedo empezó a crecer en mí. Había perdido masa corporal, no lo entendía. De hecho, estaba de nuevo en la oscuridad de la escalera, sentado en el mismo frío escalón, y desnudo hasta el alma.
Decidí terminar con todo el dolor, me paré sobre mis piernas, di media vuelta y abrí la puerta del sótano para luego salir de ahí.

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