Es así, inevitable

viernes, 24 de julio de 2009

sin título

Al parecer estás siendo y así lo sos. Y al mismo y abrupto tiempo escupís con fervor tu discurso de desayuno, esperando los aplausos de todos los imbéciles.
Siempre igual. Cuando te tiran de él te duele, cuando te besan los pies crece, cuando te lo pisan sos tan insignificante como un insecto. Te sostenés en tan poco. Sonrreís utilizando un barato ademán de circo, queriendo ser original sos nada.
Sos hombre, que quede en claro. Sos hombre, ¿Sos algo? Sí, lo sos. Sos un hombre. "Soy un hombre, enserio, lo soy". Te sostenés en tan poco.
Y cuando desnudo hasta el sumo de tu insensatez, hirviendo como nube de verano te soltás a la suerte y te estrellás con sus rostros, sos por fín el llanto tan oculto de los fuertes, esos que siempre son ese tan nefasto teatro-jardín materno de la debildiad para todos los escuchas.
Y sos. Y tanto que lo sos que me veo obligado a tenerte en mí, dentro de mi piel, royendo mis cualidades de soñador, junto con mis sueños y mis ambiciones.
Lo sé. Y no es nada fácil.

¿Querés que te cuente una pequeña historia?

A éste petiso bohemio siempre se le daba por tomar una guitarra y desafinar unos tangos viejos a la luz de un farol en las esquinas porteñas, mientras un público compuesto por marineros y prostitutas sin rostro lo reodeaban entre las sombras, aplaudiendo desde sus vacíos corazones y expresando entre sus pares frases del tipo aduladoras.
Qué bien que tocaba ese petiso bohemio. Lo sé porque una vez le pedí que intentase deprimirme (a mí, que soy el hombre más feliz del mundo) y solo le bastó con hacer presente su magia, haciéndome derretir el alma a través de mis vidriosos y cálidos ojos de marfil.
Qué cosa más edificante ese tipo, qué magia lo rodeaba. Nunca me voy a olvidar de la noche en la que caminamos por horas hablando de anécdotas asesinas de mentes en las que conmemorábammos a nuestros más odiados miedos y los invitábamos a que se sienten a escuchar algunos viejos tangos de la mano de aquel petiso inmortal que ni guitarra tenía.
Ahora sólo estoy esperando el momento en el que ese tan nombrado petiso aparezca por mi vida, para poder decirle todo lo que me hizo aprender. Si alguna vez lloré, fue después de escucharlo a él, en medio de toda su melancolía tanguera.
Amé a ese hombre. Sí. Lo amé. ¿Nunca amaron a un hombre? Yo sí. Pero no sólo lo amé a él, más que nada amé su tan desgarrado y oxidado peluche de la infancia, al que todos llamamos niño interior.
Gotas, tras gotas, tras gotas de mi corazón caen al piso cuando recuerdo aquel tango tan hermoso que cantábamos. Ese tango era el peso del mundo sobre nuestras vidas, era el pie de dios encima de nuestras ciegas cabezas.
Al principio bacilé, pero con el tiempo descubí cuanto podía amarlo.
Murió, como todos los heroes y poetas incomprendidos, un día simplemente murió y desapareció de nuestras incomprendidas vidas.
Cómo tocaba ese petiso. Ojalá algún día resusite, en medio de un público de Chusma y malas noches, a la luz de un farol nocturno en una esquina porteña.

Incontrolableufórico

Quisiera algun día que me fumen del todo, así me apagan de una buena vez estas incontrolables ganas de surgir en la sonrrisa de cada esperanzado, de mezclarme en medio de la eyaculación ideológica de cada núcleo popular, de ser y de estar.
Tantas ganas de algo tan intangible (e irreal), tanto que probar y tanta desazón, tanto negocio fácil: vida por amargo; y yo tan inmóvil.
Quizás deba infiltrarme en cada hueco para saber si hospeda timbre que me salve o cachetada que me calle.
Quién sabe.