Es así, inevitable

lunes, 11 de mayo de 2009

Atemorizante

Puede que el cuarto estuviera lleno de afiches, dibujos, mensajes escritos, libros, cajas, revistas y demás, pero ése era un cuarto bien sombrío y obtuso, y de más está decir que vacío. Benjamín sabía bien esto, porque ese cuarto era el reflejo de su alma volcado en los muros, era su máxima y ridícula expresión, transformándose en insulto para su desgracia. Ya estaba harto de estar tan rodeado de sí, no se gustaba más y quería estar lejos de su persona, pero eso era lo que nadie entendía.
El aburrimiento ya lo estaba carcomiendo del todo, así que decidió explorarse una vez más para saber qué era eso que le molestaba tanto de su cuarto. Empezó por ver los viejos recuerdos impresos, un afiche de Hendrix del cual sobresalían dibujos y escritos, y el más importante de todos ellos: el dibujo de una mano con un corazón latiente y chorreante en la palma. Este dibujo era uno de los favoritos de Benjamín, no sólo porque lo había hecho su mejor amigo, sino también porque lo hacía sentir mejor siempre y era su tótem contra las cosas que le hacían mal. Siguió observando. El afiche con la imagen de su película favorita; el escrito de su anterior novia, “Atemorizante” (nunca pudo entender realmente qué quiso decir la chica con eso, pero el simple hecho de pasar la vista por cada una de las letras de ese mensaje siempre le ponía los pelos de punta); al lado del marco de la ventan siempre hubo… Un momento. Eso no estaba antes.
Un escalofrío empezó a recorrer la nuca de Benjamín al ver (como si el destino se lo escupiese para el desayuno) que una enorme polilla de doradas y desordenadas alas se posaba sobre el vidrio de su ventana. No era que le diera miedo la polilla en sí, lo que ocurría era que el simple hecho de que algo cambiase en ese habitáculo le produjo un cierto estremecimiento temporal, como cuando ocurre un accidente muy cerca de donde se encuentra uno. Continuó inmóvil un tiempo hasta que fue levantándose y dirigiéndose lentamente hacia el insecto que lo miraba desde su enteramente burlona expresión de provocación. Benjamín se acercó y ya estaba cara a cara con el animal, logrado este paso comenzó a soplarle el lomo para que esta volase y se fuese de su ventana. El animal no parecía responder mucho a estímulos producidos por el soplido de Benjamín, apenas si batía un poco las alas y retrocedía unos milímetros a pie, pero no parecía quererse mover de ahí. Ante este comportamiento Benjamín se alejó un tanto asustado del bicho, sin quitarle la vista de encima.
Le empezó a agitar las manos cerca de ella para ver si se asustaba y se iba, pero aún así no pasaba nada. Algo raro tenía ese insecto, como si quisiese provocar al joven de alguna extraña forma. Benjamín se alejó un poco más, volviendo a su cama, y permaneciendo quieto en su constante observación del animal. Por más que esperaba, no pasaba nada, la polilla no quería moverse de su ventana, y esto lo volvía loco. Después de unos cuantos sigilosos minutos, prosiguió por tirarle un zapato al bicho, lo cual hizo que el mismo se moviese hacia un costado, evitando el golpe y siguiendo firme en su posición. Benjamín empezaba a ser invadido por una cierta ira que le recorría toda la traquea.
-¿Qué querés, no ves que quiero estar solo?-.
El bicho parecía no ser afectado por sus palabras.
-Si querés decirme algo, sólo hacelo porque no pienso esperar a que te tomes tu tiempo-.
El bicho después de unos segundos de quietud y silencio se dirigió volando hacia la pared, apoyándose en el tan amado afiche de Hendrix.
-Veo que tenés un buen gusto por la música, pero salí de ese póster porque me lo regaló un amigo.
El bicho fue inmediatamente hacia el dibujo de la mano y el corazón. El estómago de benjamín empezó a revolverse en burbujas de cólera.
-¿Qué querés ahí?- decía en un tono más violento - ¡Estás empezando a sacarme de las casillas!-.
El bicho no quería moverse de su nuevo lugar. Se pavoneaba por los alrededores del dibujo haciendo gestos de autosatisfacción un tanto excéntricos, raros y provocativos ante Benjamín por su naturaleza de insecto.
-¡Te estás burlando de mí! – Su frente comenzaba a transpirar- ¿¡Qué querés, no ves que estás irrumpiendo mi paz, mi único rato de soledad!?-.
El cuarto permaneció en silencio por unos segundos más hasta que Benjamín lanzó un grito de desesperación al vacío, grito que nadie más que él y la polilla escucharían dentro de la casa, pues sus padres estaban de paseo.
Al ver que el insecto no se movía de su lugar siguió gritando y empezó a patear un par de cajas. Frenó. El insecto se veía más grande. Era raro.
Durante varios minutos se quedó atónito viendo al bicho y a su nuevo tamaño.
-Se ve que me entendés, porque sino no me estarías diciendo todas esas cosas tan obvias-.
El bicho no parecía querer responder a esa oración.
-¡Vamos! ¿¡Qué harías si lo diese todo por este nuevo sentimiento, qué darías por verme salirme de mí mismo!?-.
El bicho empezó a agitar sus alas como si algo estuviese por ocurrir dentro de sí. Inmediatamente la cara de Benjamín cambió a odio y prosiguió con la destrucción de su cuarto, rompiendo cajas, descociendo sábanas, arrancando afiches, tirando su silla por la ventana y cortándose con los vidrios. Se estaba transformando en un animal, y a todo esto la polilla lo observaba e iba creciendo cada vez más. Esto era insultante, pues hacía que la ira de Benjamín aumentase, logrando que destruyera más y más el cuarto.
Los golpes se escuchaban desde abajo, esa casa era un gigantesco manicomio, sobre todo cuando Benjamín salió del cuarto. Durante unas horas reinó la anarquía en la casa. Benjamín empezó a romper todo lo que encontraba, despedazaba muebles de precios exorbitantes, destruía con violencia marcos con fotos, pintaba leyendas en idiomas incomprensibles en las paredes y los espejos, todo esto siendo guiado por el fantasma de la enorme y nefasta polilla. El momento de mayor clima de fuego fue cuando encontró un viejo rifle de caza.
Los vecinos se levantaban al oír los disparos, los gritos, era como si hubiese un motín de prisión dentro de esa tan sobria residencia vecina. De tanto en tanto se asomaba la silueta del joven por el vidrio amarillento de la puerta, los vecinos lo veían desde afuera comentándose entre chismes historias de los interiores de esa casa, de esa familia y de ese chico.
Las frases que gritaba el joven eran incomprensibles, como si fuesen en otro idioma. Estaba sufriendo una especie de contagio, sus ojos salían desorbitados, de su boca caía espuma al gritar, estaba completamente desorientado.
En un momento dado se detuvo porque se le habían acabado las balas al arma de fuego. Se dirigió hacia la polilla y la miró como si ella tuviera que darle alguna explicación al respecto. Pero no parecía querer responder. Estaba enorme, casi tan grande como la cara de Benjamín. Aún así no parecía tenerle miedo alguno, y por eso la enfrentaba de tal forma.
-Seguro que no pensabas que iba a hacer todo esto, seguro que ni te imaginabas que te iba a hacer caso- Las palabras salían tan claras y perceptibles de la calma y tibia voz del muchacho que hasta los vecinos podían descifrar lo que decía – pero como verás, estoy haciéndote caso, y no hay otro responsable más que vos al respecto, y eso te deja en un muy mal lugar, queridita-.
El insecto seguía creciendo ante las palabras de Benjamín. Su aspecto era cada vez más desagradable. Sus alas eran ahora un magno par de abanicos entrecortados de color pardo con pelos sobresalientes, su pecho era una enorme pelambre circular de color dorado, de su ridículamente amplio y desagradable abdomen salía un líquido plateado que deshacía los muros, sus ojos estaban cada vez más provocativos y llenos de animalidad. Era un demonio, y Benjamín empezó a sentir ganas de que se vaya de su territorio. Tenía que eliminarlo.
Empezó disimulando, caminando entre los escombros sin rumbo alguno. La enorme polilla lo seguía. En un momento dado se sentó en una silla (o en lo que quedaba de ella) y encendió un pedazo de papel para ver caer las cenizas. Jugaba como si fuese un chico. Cuando miró a su alrededor no vio a la polilla por ningún lado, y esto empezó a hacerlo desesperarse.
Prosiguió recorriendo los pasillos de la casa uno por uno, buscando al enorme y poco disimulable bicho, pero no hacía aparición. Las paredes estaban impresas con el tiente plateado que iba dejando el insecto, dándole a Benjamín una especie de mapa. Al terminar de seguir el rastro se vio a sí mismo entrando de nuevo en su cuarto, por donde había comenzado todo.
Casi estalla en odio cuando vio que la grotesca polilla estaba de nuevo posada sobre su dibujo más amado, pero siguió calmo por fuera (o al menos eso parecía). Al haber incorporado esa magnitud el insecto, estaba manchando constantemente el bosquejo de un tinte plateado brillante que hacía que saliese humo del muro. Era como si estuviese provocando a Benjamín a que reaccionase ante ese gesto. Los bien calculados y rápidos pensamientos de Benjamín no tardaron en llegar a una conclusión, y en cuestión de segundos ya había dejado de pensar para de una vez actuar. A medida que se acercaba al insecto, éste iba segregando una sustancia burbujeante por la boca mientras batía sus alas y sacaba los ojos de sus órbitas, esperando amenazante a la llegada de su adversario. Era cuestión de fracciones de segundos.
Los momentos de colisión archivados históricamente han significado siempre memorables choques de grandes mazas, en duraderos períodos y dentro de un clima constante de guerra, como en cualquier marcha militar de Wagner. Este significó un golpe sonoro acompañado casi obligatoriamente por el reino de un silencio que no quiso irse de ese hogar a partir de ese momento, logrando la calma de los vecinos y hasta la vuelta de algunos de ellos a sus casas.
Al llegar en su auto, los padres de Benjamín fueron recibidos por la enorme batahola de vecinos que entre torpes gritos enunciados simultáneamente intentaban explicar lo sucedido, atormentando a los incomprendidos recién llegados. Entraron por la puerta principal, el padre al ver el escándalo de su casa se empezó a sentir descompuesto y gritó casi fuera de sí hacia los vecinos
-Aléjense de mi propiedad-.
Estaba todo revuelto, los adultos revisaban la casa e iban calculando la cantidad de violaciones que había sufrido. Por más que rebotase en las paredes el eco del nombre de Benjamín, éste parecía no dar señales de vida. Esto preocupaba a los ya desesperados padres, el miedo rodeaba sus conciencias y las más ridículas e inesperadas teorías salían a flote en ese momento de total desesperación. Además, las escrituras en las paredes con mensajes alarmantes, tales como “Puedo volar”, “Quién es el salvaje ahora” y otros incomprensibles; contribuían a que pierdan la calma y empezasen a gritar sin controlar lo dicho (la madre lloraba).
La adrenalina de la búsqueda los llevó inevitablemente hacia el cuarto de Benjamín, donde al abrir la puerta, inmersos en su desgracia, descubrieron lo peor.
Quizá lo desagradable de la escena, los muebles rotos, la sangre, los pedazos de tela, contribuyeron al colapso de los padres, pero la verdad es que lo que más impresión les produjo fue el cuerpo de gigantescas proporciones casi humanas con un escrito en su pecho en plateado que decía “Ahora sé qué quería decir con atemorizante”.

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