De repente un ruido fuerte taja la paz por completo. Al parecer desde el cubículo del inodoro comienzan a sonar repetidos golpes a la puerta con la función de marcar el pulso mientras el antes tarareo suave aumenta en volumen e intensidad para irse transformando en canto -¿O debo decir sollozo?-, éste comienza a invadir el espacio del pequeño cuarto junto con la tensión constante, siendo esto una pelea entre dos elementos desagradables por gobernar la situación por completo.
Y yo a todo esto sin sacar una gota de orina, sintiéndome seco como nunca, reteniendo, no pudiendo lograrlo, transpirando, muriendo poco a poco; y los ruidos aumentan y mis nervios, cómo agujas de una fallida sesión de acupuntura, atraviesan mi piel y me arden, me queman desde afuera hacia dentro, como si la carga electrógena de los vellos sobre mi piel se transmitiera hacia el interior, como si mi demora causara todo esto y el aumento del ruido y la presión y los nervios y los insultos y esa llama que crece y crece deshaciendo poco a poco el escasísimo nivel de paz dentro de ese horripilante baño y ahí es cuando llega el momento del quiebre.
Cierro mi bragueta, ceso con mi canto, mi zapateo y mis golpes y me dispongo a irme de ese baño vacío para orinar en la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario